LA VOZ DEL INTERIOR
1-7-2007
Entrevista con Roberto Sandrini / Presidente del laboratorio JLA Argentina
MICROSCOPIO GLOBAL
Por Walter Giannoni
De un pequeño laboratorio ubicado en General Cabrera, a una empresa
global con presencia en cuatro países. Los caminos que llevaron a dos bioquímicos del interior a construir un
proyecto en franca expansión. Para que se entienda rápido y sencillo. JLA Argentina es un laboratorio
en cierta medida equivalente al Ceprocor, pero privado. Nació de la mano de Roberto
Sandrini y su esposa Marisel Corelli, bioquímicos, en General Cabrera, y
rápidamente se integró a una multinacional especializada en el control de
calidad de maní y otras oleaginosas, de la cual hoy es socio, con presencia,
además de la Argentina, en Estados Unidos, China y Brasil. La historia de
cómo dos profesionales construyeron en poco tiempo su propia compañía y hoy
expanden sus servicios a todo el complejo industrial y exportador.
–¿Nació en General Cabrera?
–Sí, fui a Córdoba a estudiar y luego me casé con una chica que conocí
allá. Ella estaba haciendo un master y vino a General Cabrera a trabajar con
las micotoxinas del maní que es una de las mayores trabas del producto para
entrar en Europa.
–Es como si me hablara en chino. ¿Hay maní para ir picando por acá a ver
si puedo entenderlo?
–Acá no, pero conseguimos en un ratito. El maní es un producto por
excelencia de la región. Se fue moviendo al sur, incluso a San Luis y La
Pampa.
–Volvamos a la historia. Ella se vino y usted ¿qué hizo?
–Me quedé en Córdoba trabajando para el Hospital Italiano.
–¿Como bioquímico?
–Sí. Hasta que aquel laboratorio comandado por mi esposa empezó a crecer
y decidimos que yo también debía venirme aquí. Laburaba en el laboratorio y
hacía control estadístico en plantas de maní.
–¿Auditoría, digamos?
–Iba a las plantas y controlaba stocks, calidad, cantidad. Era 1991-1992,
estaban comenzando los warrants, una herramienta financiera importante que
toma como garantías el grano físico.
–Oí del sistema.
–Hasta que en 1995 cayó muchísimo la cosecha de maní en Estados Unidos,
entonces Procter & Gamble, uno de los grandes consumidores de maní, se
empezó a preocupar.
–Una gran multinacional.
–Inquieto por la caída, Procter le pidió a un laboratorio norteamericano,
J. Leek & Asociados que viniera a ver qué pasaba en la Argentina por las
dudas que tuvieran que importar maní. Ellos fueron a Córdoba Capital sin
advertir que la zona manisera era muy grande. Una sola persona andaba para
todos lados.
–Intuyo que ahí apareció usted.
–La gente de las plantas maniseras le dijeron a esta persona que nosotros
estábamos haciendo casi lo mismo pero para clientes locales. Nos contactaron
y empezamos a prestarle servicios, muestras, análisis de control y demás.
–¿Y empezaron a comprar maní?
–Ellos recién estaban viendo si les convenía comprar acá teniendo en
cuenta todas las variables sanitarias, de calidad y cantidad que necesitaban.
Los yanquis son así, trabajan todo con mucha anticipación.
–Planificación, le dicen. (¡Uahh!, como si yo fuera un gran planificador)
–Exacto. Cuando los clientes norteamericanos de Leek se enteraron que
estaba también en la Argentina le empezaron a pedir que controlara lotes,
embarques y el volumen del negocio se le convirtió en inmanejable.
–Venía de suerte mister Leek.
–Eso motivó que aumentáramos nuestra intervención hasta que en 1997 nos
dijo: "¿Les compro el laboratorio, les vendo o nos asociamos?" Así
nació en 1999 JLA Argentina.
–Una pegada de acá a la China.
–¡Y fuimos a la China! (ríe). Nos empezó a ir bien, certificando
alimentos de exportación, focalizados en maní y nueces. El principal
exportador de estos productos a Europa era Estados Unidos, el segundo la
Argentina y el tercero China. Pero en un momento China se convirtió en un grandísimo
actor del mercado internacional y eso nos llevó a abrir allá.
–Voy enganchando la idea: se instalaron en cada uno de los mercados
exportadores.
–Sí, pero para los yanquis, salir de Estados Unidos es un cuco. ¿Ir a
China? ¿Qué encima es comunista...? Era un mundo para ellos.
–¿Vio que los norteamericanos tienen sus propios deportes?
–Tal cual, Fórmula Indy, Béisbol… El mundial de básquet no les importa,
es la NBA y nada más. Romper ese círculo en este negocio fue un trabajo
intenso. Empezamos a pensar en China en 1998 y recién abrimos en 2002.
–¡Cuatro años pensando!
–Como ningún norteamericano se animaba tuve que ir yo. Las dificultades
para encontrar un socio que hablara inglés fueron grandes. En el segundo
viaje el objetivo era cerrar un contrato en 20 días.
–¿Y?
–La Embajada Argentina nos recomendaba que tuviéramos un asesoramiento
profesional. Los abogados de China nos querían cobrar 17 mil dólares para
leer el contrato simplemente. Todos los días, junto con el contador, parecía
que nos pegábamos la vuelta sin nada en las manos.
–En los obstáculos aparece el temple. ¿No?
–A eso sólo lo puede hacer un argentino buscavidas. James Leek, con la
mentalidad norteamericana, se hubiera vuelto a los dos días o pagaba los 17
mil dólares, quizá.
–Volvamos acá, ¿cómo es este laboratorio de Cabrera?
–Mil metros cuadrados cubiertos y con mucha tecnología. Con decirle que
JLA tiene ocho laboratorios en Estados Unidos, pero el de la Argentina es el
más moderno de todos.
–¿Eso es bueno, supongo?
–Sí, pero fíjese esta dicotomía, somos muy conocidos en el mercado
externo, pero no nos conoce casi nadie aquí. A clientes europeos les hacemos
análisis de salmonella en soja. O, por ejemplo, rotulado de agroalimentos.
–Rotulado, ¿la etiqueta?
–Así es. El rotulado según el Mercosur tiene que agregar fibras
alimentarias, grasas trans, y nadie las hace. No hay casi laboratorios que
cumplan con todo el análisis de los alimentos, nosotros sí.
–¿Es una desventaja estar en el interior del interior?
–Con una mano en el corazón, sí. Esta semana estuvo la gente de Pepsico,
un español y un holandés, y nos preguntaban cómo traíamos los profesionales.
En algún caso, hasta le hemos conseguido trabajo a la esposa para que pudiera
venirse el bioquímico.
–¿Y qué hacía Pepsico aquí?
–Argentina es el único proveedor serio a nivel mundial que tiene maní en
cantidad para poder mandar a Europa. Entonces están todos los europeos con
los ojos puestos acá.
–¿Y cómo es la sociedad con este empresario norteamericano?
–JLA Global opera en Estados Unidos y el dueño es Leek. Pero a la vez es
socia en un 75 por ciento de JLA Argentina, y juntos somos socios
minoritarios en China y Brasil.
–¿Además de alimentos qué otras cosas analizan?
–En la industria atendemos todas las ramas, sanitarias, ambientales,
operarios, efluentes, pesticidas, rotulados para productos terminados… la
oferta es amplia.
–A propósito, ¿las etiquetas que hablan del valor energético de los
alimentos son confiables?
–Es una muy buena pregunta. En la Argentina a eso no lo controla nadie.
Es una declaración jurada. El industrial define qué rótulo quiere hacer y
utiliza tablas armadas, pero no lo mide. Con excepción de nuestros clientes.
–El otro día probé un dulce de leche que, juro, era artificial.
–Le creo. Hay un montón de mieles artificiales. A nivel industrial a las
melasas se les dice miel. La miel de abejas es otra cosa. A veces ponen miel
y no aclaran si es o no de abeja porque muchas veces es una melasa
artificial.
–¿Y en herbicidas o plaguicidas cómo estamos?
–Hemos hecho estudios y todavía es un país bastante virgen en ese
aspecto. Usted piense que aquí un campo muy cascoteado tiene 40 ó 50 años de
agricultura. En Europa lo normal es que un campo tenga 100 años de
explotación.
–Dígame, ¿los norteamericanos están muy obsesionados con el terrorismo
alimentario?
–Absolutamente, piensan que los van a atacar por ese lado. Entonces hay
que registrar toda la trazabilidad del alimento en la FDA y avisar que el
cargamento está en viaje para que ellos le hagan un seguimiento. Terribles.
–Bueno, ¿como profesionales encontraron la salida laboral?
–Sí, totalmente. Bioquímica y licenciatura en Química son carreras con
mucho futuro. Tenemos que ser muy burros para que Argentina no sea un líder
agroexportador, incluso de productos terminados.-
El pueblo y el mundo
Nombre: Roberto Sandrini.
Edad: 42.
Profesión: bioquímico.
Estado civil: casado con Marisel Corelli, también bioquímica.
Hijos: Nicolás, Tomás y Delfina.
Empresa: JLA Argentina.
Cargo: presidente.
Facturación: U$S 1,5 millón al mes.
Socios: James Leek.
Empleados: 42.
Dato: Sandrini es vicepresidente de JLA Global, con sede en Estados Unidos.
Vida: de pueblo. "En General Cabrera juego al fútbol y estoy con mis
hijos. Una vez al mes me toca viajar afuera", dice.
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